lunes, 18 de enero de 2010

IMPERIO DE FURIA. CAP-7

Toque de Difuntos. Entierro triste y sombrío. La lluvia laceraba mi piel como dagas sanguinarias.

Tony Pistone, muerto. Un hombre de Dios le dedica unas amables palabras. Dulces Mentiras que no engañaran al Diablo.

-Era un hombre de Dios?, me pregunto el viejo Sacerdote.

-Sólo cuando estaba borracho, le conteste.

Puso su mano sobre mi hombro y me miro a los ojos.

-El Señor le acogerá en su seno.

Le aparte la mano y observe el ataúd abierto de mi hermano.

-Dios vomitara la vergüenza al pronunciar su nombre, el Infierno le espera.

El Sacerdote se santiguo horrorizado y me dejo solo bajo la lluvia.

Ofrecí un billete de 20 a los gregarios de la muerte que se ocuparían de sepultar a mi hermano y les pedí un favor.

-No le deis opción de escapar, condenadlo a las tinieblas para siempre.

Un apretón de manos sello nuestro acuerdo.

Me desprendí del olor a fósil putrefacto y salí del cementerio dispuesto para la apoteosis de la violencia. La muerte de mi hermano era el último aviso del viejo Weinstein para arrebatarme mis Tierras. El hombre más poderoso de California trataba de arrancarme a las Hijas de mi sangre para extender su imperio de corrupción más allá de los limites de la decencia.

-A muerto mucha gente para llegar donde estoy. Hijo, sera mejor que te apartes de mi camino. Escucha los tambores de salvación y deja que mis canosos huevos tomen esta tierra...

Corte el discurso del viejo y le mire a través del cristal oscuro de sus gafas.

-Solo el cielo sobre mi cabeza.

Le invite a que se marchara de mi granja.

Esa fue la primera y última vez que hable con Harold Weinstein, el judío de oro, una mole grasienta de 150 kilos de peso sin escrúpulos capaz de comerse a su propio hijo por un puñado de jodidos dolares.

Dos días mas tarde mi granja sufrió un misterioso incendio al que sobreviví a base de implacable odio.

Tras el incendio sufrí toda clase de amenazas, chantajes, intimidaciones, mataron a mis animales, destrozaron mis sembrados, mutilaron a mis trabajadores, ahuyentaron mis clientes y humillaron a mi familia.

Acudí a la policía, a la prensa e incluso al mismísimo altísimo, pero el poder y la influencia de Wenstein se extienden más allá del Reino de los Cielos.

Mi mujer y mis hijas se marcharon. Mis trabajadores me abandonaron. Me quede solo ante una extensión casi infinita de tierra estéril y baldía.


Me olvide por un instante del duro pretérito.....


domingo, 20 de diciembre de 2009

CRÓNICA DE UNA MUERTE FALSA



Los García eran una familia inquieta. En lo que iba de año se habían mudado en otras tres ocasiones. Por fin parecían haberse acomodado. Gregorio era un escritor bastante mediocre, había arrastrado a su familia de aquí para allá en busca de las musas o sencillamente de las ideas perdidas. Ahora trabajaba en algo que según él iba a traerle la fortuna y el existo que tanto anhelaba. La nueva casa era grande, estaba en mitad del campo, era muy soleada y tranquila. Por las mañanas los niños iban a la escuela, era Rebeca, la mujer de Gregorio, quien se encargaba de esta labor. Mientras, él se quedaba frente a la pantalla del ordenador portátil esperando a que la deseada inspiración hiciera acto de presencia.
Fue al cuarto día cuando Gregorio cogió fuerzas y acudió al desván. Había estado escuchando ruidos que poco tenían que ver con cucarachas o ratones. Rebeca no le prestó ninguna atención, hacía tiempo que había perdido la fe en su marido y lo más sensato que podía hacer era ignorarlo. Una vez allí, en el viejo y oscuro desván, Gregorio adosó su oído a la puerta. Lo volvió a oír, eran lamentos. Sacó del bolsillo la vieja llave que habían dejado los antiguos dueños juntó con las demás, la introdujo en la cerradura. La puerta se abrió.



1964

Una mañana, el conocido escritor Camilo Montalbán, de cuarenta y cuatro años, que hacía mucho tiempo se había retirado a su casa de campo de Aranjuez, quedó estupefacto cuando, al abrir el periódico, vio en la tercera página, a la derecha, abajo, a cuatro columnas, este título:

“La literatura española está de luto. Ha fallecido el escritor Camilo Montalbán”

Debajo se podía leer:

“Tras una breve enfermedad, contra la que nada pudieron los cuidados de los médicos, ha muerto hace dos días el escritor Camilo Montalbán. Por voluntad del finado, damos la noticia después de celebrados sus funerales”.

Aturdido, sin dar crédito a sus propios ojos, Montalbán echó una febril ojeada sobre el artículo necrológico y advirtió, a pesar de la precipitación de su lectura, alguna que otra frasecita venenosa llena de reservas, dispersas aquí y allá, con innegable diplomacia, entre las retahílas de adjetivos variados.

-¡Marta, Marta! –dijo Montalbán tan pronto como recobró el aliento.
-¿Qué pasa? –respondió su mujer desde la habitación de al lado.
-¡Ven, corre! –contestó.

La mujer acudió a la llamada y leyó de inmediato el artículo. Marta palideció al instante y rompió a llorar de inmediato.

-¡Mi pobre Camilo, mi tesoro! –balbucía entre sollozos.

Aquella escena acabó por desesperar a Camilo.
-Pero, ¿te has vuelto loca, Marta? ¿Es que no ves? ¿Pero es que no comprendes que es un error?

Marta cesó inmediatamente de llorar, miró a su marido, su rostro recobró la serenidad, y, entonces, con la misma ligereza con que un momento antes se sintió viuda, viendo el lado cómico de la situación, comenzó a reír alocadamente.

-¡Dios mío, vaya broma…! , ¡Pero qué risa…! , perdóname, Camilo… La literatura de luto… y estás aquí más sano que una lechuga.

-¡Basta! ¡Basta! –le gritó su marido, fuera de sí-. ¿No te das cuenta? ¡Es terrible, es terrible! ¡Ahora verás cómo me oye el director del periódico! ¡Le va a costar cara la bromita!
Camilo se montó en su coche y se fue precipitadamente a la ciudad, dirigiéndose al edificio donde se encontraba la redacción del periódico.

Una vez allí, el director le recibió afablemente.

-Por favor, maestro, siéntese. ¿Un cigarrillo…? Estos encendedores que nunca funcionan son una verdadera desesperación… Tome un cenicero… Y ahora, dígame:
¿A qué debo el placer de esta visita?
Camilo no tenía palabras ante aquella situación, se había quedado aterrorizado.

-¿Acaso me está tomando el pelo? –dijo muy alarmado.
-No le comprendo, señor –contestó el director.

Camilo cogió un ejemplar del periódico que había sobre la mesa, pasó algunas páginas y se lo mostró al director.

-En el periódico de hoy..., en la tercera página…, viene publicada la noticia de mi muerte…
-¿De su muerte? –El director cogió el periódico, leyó detenidamente, comprendió (o fingió comprender), no pudo ocultar un breve embarazo que duró una fracción de segundo, se recobró de forma maravillosa, y carraspeó.
-Bien, me hago una idea. Aquí hay sin duda una extraña discrepancia.

Camilo perdió la poca paciencia que le quedaba.

-¿Discrepancia? –gritó-. ¡Me han matado, matado! Es algo monstruoso.
-Desde luego, desde luego –dijo el director con calma-. Quizá… podríamos decir que el contexto de la noticia ha ido más allá de las intenciones que se tenían al redactarla… Por otra parte, espero que usted haya sabido apreciar el justo mérito del homenaje que mi periódico ha tributado a su carrera literaria…
-¡Homenaje! ¡Me han destrozado!, ¡Han arruinado toda mi vida!
-Bueno, no niego que hemos cometido un leve error…
-¿Me han dado por muerto estando vivo… y usted llama a esto leve error…? ¡Esto es una locura! Le exijo formalmente una rectificación, exactamente en el mismo sitio donde ha sido publicada esa noticia. Y, por supuesto, me reservo el derecho a exigir reparaciones por daños y perjuicios.
-Pero, mi querido señor –contesto el director-, usted no se da cuenta de la extraordinaria fortuna que se le ha presentado. Otro escritor cualquiera daría saltos así de grandes.
-¿Fortuna?
-Sí, fortuna y éxito. Cuando muere un artista, sus obras son veneradas, ¿Se imagina el dinero que puede hacer con reediciones de viejos trabajos? Y ahí no acaba todo, usted puede seguir escribiendo y fechar las obras en otra época. La gente hará cola en las librerías para poder adquirir su obra póstuma o si lo prefiere para hacerse con el libro perdido del gran Camilo Montalbán. Sin quererlo, si, sin quererlo, le hemos prestado un servicio inconmensurable.
-Y yo, ¿debo hacerme el muerto…?
-Desde luego. Es una oportunidad única en la vida.
-Pero, ¿y yo?, ¿Deberé desaparecer de la circulación?
-Si, no será difícil. Lo que debe hacer es dejarse barba y evitar entrometerse en aglomeraciones públicas. Mire, todo irá como la seda. Más vale dejar que las cosas sigan por su cauce… Después, usted comprenderá que es lo mejor… Una rectificación de esa importancia… No soy yo quien se va a beneficiar a fin de cuentas… Usted, personalmente, perdone la sinceridad, representaría un papel muy mezquino… E inútil, pues los resucitados jamás resultan simpáticos…

Camilo no supo decir que no. Volvió a su casa de campo. Se escondió en el desván, mientras le creía la barba. Su mujer se vistió de luto. Los amigos fueron a visitarla, especialmente Rodrigo Garasino, también escritor, que había sido siempre como la sombra de Camilo. Pronto, los pronósticos que el director del periódico había formulado se fueron cumpliendo. El dinero empezó a llegar a borbotones. Las más antiguas obras de Camilo Montalbán comenzaron a reeditarse, la gente, sobre todo gente joven, sentía curiosidad por este autor.

Y allí en su retiro clandestino, Camilo escribía sin descanso, hoja tras hoja, para poder alumbrar la que para muchos sería su obra más extraña. Finalmente el trabajo se dio a conocer al gran público a través de Marta, su viuda. Se dio por sentado que la obra era antigua quizás perteneciente a la primera etapa literaria del escritor. La gente acudió en masa a las librerías, todo fue un rotundo éxito.
Un mes después, la barba le había crecido bastante. Camilo se arriesgó a salir, presentándose en los sitios como cualquier otro individuo. Se puso gafas, y simulaba un acento exótico.

Curioso. A medida que las visitas de Rodrigo Garasino se hacían más frecuentes, Marta parecía florecer de nuevo. Además, el luto la favorecía. Camilo seguía la metamorfosis de su mujer mitad con complacencia, mitad con cierta aprensión. Cierta noche llegó a desearla, como hacia años que no le había sucedido. ¡Deseaba a su propia viuda!
En lo que se refería a Garasino, ¿no era extraña tanta asiduidad? Cuando Camilo se lo advirtió a Marta, ésta casi reaccionó con hastío:
-¿Pero de que estás hablando? ¡Pobre Rodrigo! Tu único amigo de verdad. Se toma la molestia de consolar mi soledad y tú sospechas de él. ¡Deberías avergonzarte!

Mientras tanto, la gente tuvo tiempo de olvidar a Camilo Montalbán, al menos como fenómeno mediático. El olvido llegó con impresionante rapidez. Cada vez era más raro encontrar citado su nombre. Con desolado estupor, Camilo se dio cuenta de que sin Montalbán, el mundo seguía girando.
Las visitas de Garasino terminaron por hacerse habituales. Camilo se vio en la obligación de permanecer en el desván las veinticuatro horas del día. Fue entonces, mientras yacía sentado en una mecedora junto a un pequeño ventanal del desván, cuando Marta entró por la puerta toda vestida de blanco.
-¿Te gusta?, es mi viejo vestido de novia, aún me sirve
Camilo la miró con asombro. No tenía palabras.
-Rodrigo me ha pedido que me case con el, es un buen hombre –dijo ilusionada.
Camilo volvió la cabeza y puso de nuevo su mirada en el pequeño ventanal. Marta no dijo nada, tan solo salió de la estancia y cerro la puerta. Un sonido metálico resonó con fuerza. Era la cerradura.

Camilo asumió su encierro, al fin y al cabo era inevitable. En el jardín de la casa los invitados al evento se agolparon en torno a los novios. La orquesta comenzó a tocar, Marta y Rodrigo comenzaron a bailar al son de la música. Todo era perfecto.

A unos metros del ágape nupcial había una solitaria lápida, en ella rezaba una inscripción:

Camilo Montalbán 1920-1964
“Nunca te olvidaremos”



* * *



Tras haber abierto la puerta, Gregorio entró despacio en el desván. La atmósfera de aquel lugar era agonizante. Todo estaba cubierto por un denso polvo. Justo en frente había un pequeño ventanal por el que entraba algo de luz. Gregorio se acercó lentamente. Había una mecedora, en ella parecía distinguirse una figura, la presencia de alguien que yacía sentado.
-¿Hola? –dijo algo asustado
No hubo contestación. Gregorio termino por aproximarse hasta la mecedora abriéndose paso entre las telarañas. Allí sentado, se encontraba el cuerpo inerte de un hombre de poblada barba y expresión desoladora, estaba en lo huesos. Sus manos se aferraban a una pila de papeles manuscritos. Gregorio estaba aterrorizado pero tuvo fuerzas para aproximar sus manos hasta las del difunto y extraerle los papeles.
Había mucho material escrito, las hojas estaban numeradas. Gregorio empezó a leer. La narración comenzaba con una frase: Esta es la crónica de una muerte falsa...

domingo, 25 de octubre de 2009

LA PUTA DE CRISTO

Camino por la Jungla de Asfalto bajo el azul Pesadilla de la noche Angelina. Ritmo Narcótico, siento que la luna me persigue y no tengo donde huir. Los habitantes de la noche disfrazados de neón, esclavos del insomnio perpetuo caminan sobre el alambre de la desesperación farfullando oraciones de redención apocalíptica. Miradas perdidas y sin vida que conducen a la enajenación mental me invitan a rezar para que llegue el amanecer.

Prosigo mi camino en calma tensa, alerta ante la violencia ciega del entorno, observándolo todo y a todos, sin fijar mi mirada en nada en concreto consciente del veneno de la tragedia.

Dejo atrás antros infernales, ríos de alcohol y drogas y perros sanguinarios que luchan por el último trozo de carne podrida, cruzo la esquina de la lujuria sifilítica y me adentro en las entrañas del delirio.

La Luna se esconde tras las nubes negras, el silencio asusta a la Noche y aparece la bruma. Ruido de pasos, tacones lejanos que me guían a través del corazón herido de Los Ángeles. Avanzo por el filo de la navaja, el miedo al descubrimiento agita mi sangre espesa.

Las bocas del pavimento succionan la niebla y la vista se aclara. Zapatos negros de aguja, piernas de amor infinito, vestido azul etéreo. La Gloria Bendita apareció ante mí con ojos de Pantera ninfómana.

Se acerca sigilosa, me roza con sus pechos y me susurra al oído acariciando mi mugriento cuello con sus gruesos labios.

-Te lo ofrezco todo, esta noche, ahora, siempre. Soy tu 4 de Julio.

Un violento beso me sumerge en lo mas profundo del abismo.

-Soy totalmente tuyo mala Puta.

Me coge de la mano y me lleva.

Miro al cielo, la Luna entra en escena de nuevo. Flota en el aire con aspecto amenazador. Le guiño un ojo y sigo a La enviada del Rey de Reyes, te debo una viejo.

En la habitación todo era fuego y sudor. La belleza absoluta desnuda ante mi, alma raquítica y atormentada.

Recorro su esplendoroso cuerpo con mis afiladas garras hasta encontrar el Edén en su entrepierna. Pruebo el sabor de su Pubis, el desenfreno nace en mi poya.

Su larga melena negra oculta su cara, sus pezones pardos me miran de frente, la habitación arde en llamas. Acometida tras acometida la hago mía , me fundo con su piel canela y nos revolvemos como escorpiones en el desierto.

Me desprendo de su cuerpo y caigo roto sobre las sabanas empapadas en pasión viscosa.

-Esta noche somos más hermosos.

Sonrío de pura lujuria.

Acaria mi pecho sudoroso y me fulmina con la más bella de las sonrisas. Me duermo pensado en los miles de amaneceres perdidos, en la dulce salvación encontrada, 54 kilos de carne tierna.

Diciembre esta en la calle. Amanecer de 5 de Julio en el frío invierno. La confusión y el dolor me despiertan. Sangre encharcada en mis ojos. Visión borrosa. Pequeñas heridas en mi piel, miles de laceraciones cruentas me desangran lentamente. Busco a la belleza entre las sabanas, solo encuentro ríos de muerte.

Le pongo música de maldición a mi implacable estupidez y me preparo para deslizarme por la colina de la gran serpiente. Me tendieron la fruta prohibida y la agarre con las dos manos.

Me equivoque de Viejo, el Rey de Reyes surgió de las cloacas, no capte las señales de la Luna, esta noche bailara sobre mi tumba de deseo incontrolado.

Victima de mi mismo busco un epitafio que selle mi miserable existencia.

El ultimo aliento me proporciona las palabras.

-Los milagros no existen, las Putas SI.


jueves, 25 de junio de 2009

LA HORA DE LOS PURIFICADORES

Había llegado la hora.

8:00 AM
Canuto se levanta de la cama. No ha podido dormir en toda la noche. La emoción que lo invade está por encima del cansancio de días y días de preparación.

Con premura se pone encima “el asunto” y se lo cubre con la ropa. Nadie notará nada. Va a la cocina y se mete entre pecho y espalda su último desayuno, ni un animal hubiera aguantado semejante atracón de pan tostado y huevos.

8:15 AM
Canuto sale por la puerta en compañía de una escopeta recortada hasta las trancas de balas. No va muy lejos, solo da unos pasos hasta la puerta de enfrente. Llama al timbre. Al otro lado suenan los ladridos de un condenado perro. Sebastián, su vecino, aparece al instante con la misma cara de borracho y degenerado de siempre. Canuto le sonríe y le regala un balazo en mitad de la frente. Sebastián cae al suelo mientras sus ideas y sus sesos se esparcen por el suelo. El condenado perro no tarda en llegar para relamer los restos de su amo.

Canuto va encontrándose mejor. Baja dinámico las escaleras y sale a la calle. Junto al portal Doña Francisca cotorrea con Doña Aurelia (las cotillas del edificio). Canuto no lo duda y las dispara a sangre fría. Los cuerpos de las pensionistas impactan contra el pavimento. La gente de los alrededores grita e increpa a un Canuto risueño.

8:30 AM
Canuto corre calle abajo hasta un supermercado. Entra en el establecimiento y comienza a matar cajeras y clientes. El encargado sale de su despacho, Canuto lo manda también para el otro barrio.

8:45 AM
Sigue corriendo, las sirenas de la policía no lo detienen ni lo intimidan. Canuto está disfrutando. Se mete en un edificio, el de su ex novia, sube hasta la segunda planta y llama a la puerta. Aparece Felipe, su mejor amigo. Canuto vuelve a disparar, la sangre de su cabeza salpica en la cara de su ex. Ella grita aterrada durante unos segundos, el tiempo que Canuto tarda en mandar un proyectil contra su garganta.

Canuto es feliz, muy feliz. Jamás hubiera imaginado que aquello de lo que le hablaban sería tan cierto.

La policía comienza a pisarle los talones, le da lo mismo. Se cruza con transeúntes que le parecen vulgares, ridículos o demasiado flacos. Los mata a todos. Todos merecen morir.

El reguero de muerte que deja a su paso es comparable al ocasionado por la peste bubónica. Los policías le disparan una y otra vez pero Canuto sigue corriendo. Se está desangrando pero el sigue corriendo.

09:00 AM
Canuto ha llegado al final. Ha pasado tan solo una hora. La mejor hora de su vida, la más intensa, la más libre. Una hora para matar. Canuto se quita la ropa y muestra a todos “el asunto” oculto bajo la tela. Todo su ser está recubierto por explosivos y cables. El detonador está en manos de alguien que no conoce, alguien que está por encima del bien y del mal. Un ser superior.

Todos guardan silencio no saben que ocurrirá.

Alguien dice que hay más, más locos por la ciudad. Es una plaga, una pandemia. La noticia corre como la pólvora. Las radios de la policía no dejan de repetir que hay más como él.

Canuto es libre al fin y está dispuesto.

Explota.

El estruendo es terrible, no queda una farola en pie. Los cristales se hacen añicos y la carne se quema. Más muertes y más explosiones han asediado la ciudad a las nueve de la mañana, nadie sabe por que. Alguien jura haber oído antes del caos un grito de guerra que decía: ¡¡¡Iros a tomar por culo!!