jueves, 25 de junio de 2009

LA HORA DE LOS PURIFICADORES

Había llegado la hora.

8:00 AM
Canuto se levanta de la cama. No ha podido dormir en toda la noche. La emoción que lo invade está por encima del cansancio de días y días de preparación.

Con premura se pone encima “el asunto” y se lo cubre con la ropa. Nadie notará nada. Va a la cocina y se mete entre pecho y espalda su último desayuno, ni un animal hubiera aguantado semejante atracón de pan tostado y huevos.

8:15 AM
Canuto sale por la puerta en compañía de una escopeta recortada hasta las trancas de balas. No va muy lejos, solo da unos pasos hasta la puerta de enfrente. Llama al timbre. Al otro lado suenan los ladridos de un condenado perro. Sebastián, su vecino, aparece al instante con la misma cara de borracho y degenerado de siempre. Canuto le sonríe y le regala un balazo en mitad de la frente. Sebastián cae al suelo mientras sus ideas y sus sesos se esparcen por el suelo. El condenado perro no tarda en llegar para relamer los restos de su amo.

Canuto va encontrándose mejor. Baja dinámico las escaleras y sale a la calle. Junto al portal Doña Francisca cotorrea con Doña Aurelia (las cotillas del edificio). Canuto no lo duda y las dispara a sangre fría. Los cuerpos de las pensionistas impactan contra el pavimento. La gente de los alrededores grita e increpa a un Canuto risueño.

8:30 AM
Canuto corre calle abajo hasta un supermercado. Entra en el establecimiento y comienza a matar cajeras y clientes. El encargado sale de su despacho, Canuto lo manda también para el otro barrio.

8:45 AM
Sigue corriendo, las sirenas de la policía no lo detienen ni lo intimidan. Canuto está disfrutando. Se mete en un edificio, el de su ex novia, sube hasta la segunda planta y llama a la puerta. Aparece Felipe, su mejor amigo. Canuto vuelve a disparar, la sangre de su cabeza salpica en la cara de su ex. Ella grita aterrada durante unos segundos, el tiempo que Canuto tarda en mandar un proyectil contra su garganta.

Canuto es feliz, muy feliz. Jamás hubiera imaginado que aquello de lo que le hablaban sería tan cierto.

La policía comienza a pisarle los talones, le da lo mismo. Se cruza con transeúntes que le parecen vulgares, ridículos o demasiado flacos. Los mata a todos. Todos merecen morir.

El reguero de muerte que deja a su paso es comparable al ocasionado por la peste bubónica. Los policías le disparan una y otra vez pero Canuto sigue corriendo. Se está desangrando pero el sigue corriendo.

09:00 AM
Canuto ha llegado al final. Ha pasado tan solo una hora. La mejor hora de su vida, la más intensa, la más libre. Una hora para matar. Canuto se quita la ropa y muestra a todos “el asunto” oculto bajo la tela. Todo su ser está recubierto por explosivos y cables. El detonador está en manos de alguien que no conoce, alguien que está por encima del bien y del mal. Un ser superior.

Todos guardan silencio no saben que ocurrirá.

Alguien dice que hay más, más locos por la ciudad. Es una plaga, una pandemia. La noticia corre como la pólvora. Las radios de la policía no dejan de repetir que hay más como él.

Canuto es libre al fin y está dispuesto.

Explota.

El estruendo es terrible, no queda una farola en pie. Los cristales se hacen añicos y la carne se quema. Más muertes y más explosiones han asediado la ciudad a las nueve de la mañana, nadie sabe por que. Alguien jura haber oído antes del caos un grito de guerra que decía: ¡¡¡Iros a tomar por culo!!

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