viernes, 30 de enero de 2009

DESMONTANDO A LA SRA PENNY-APLETON

La Sra Penny-Apleton vive sola con sus tres gatos, a saber: Julio Cesar, Marco Aurelio y Cáligula. Decidió ponerles nombres de emperadores de Roma por la extraordinaria afición que esta mujer tiene a la novela histórica.
Este género la entusiasma por dos motivos, el primero es por que los volúmenes que lee son de un tamaño considerable con cientos de páginas. A la buena mujer siempre le ha gustado tener algo amplio que agarrar entre las manos. El segundo, y el más contradictorio, es que debido a la extensión de los relatos, estos libros suponen un eficaz somnífero natural para ella. Por el contrario desprecia todo lo relacionado con la novela policíaca o de suspense. Pronto explicaremos el motivo.

La Sra Penny-Apleton enviudó a los sesenta años de edad, un día después de que su marido, Factor de Ferrocarriles, se hubiera jubilado después de cuarenta años de leal servicio. Nadie sabe como sucedió. Su marido salió para tirar la basura y nunca más regresó, enseguida le dieron por muerto y no supieron de el.
Fue una semana terrible para la Sra Penny-Apleton, no solo por que perdió a su marido si no por que además tuvo que enterrar en el jardín de atrás el cuerpo abotargado del viejo Claudio, el cuarto de sus gatos. Por lo visto el pobre animal murió de una indigestión. Según comentó el veterinario, el felino había consumido ingentes cantidades de carne de origen, a día de hoy, no declarado.

Tras el fallecimiento, la Sra Penny-Apleton heredó una buena suma por parte del seguro de su marido, todo un verdadero golpe de suerte que sin duda ayudó a paliar el dolor. Tuvo la ocurrencia de coger una maleta y a sus tres gatos y dar la vuelta al mundo montada en un gran barco. Recorrió de Norte a Sur y de Este a Oeste.

Después de varios meses de aventuras con muchachos mucho más jóvenes que ella en distintas partes del globo, regresó a su casa, estaba exhausta de tanto ver mundo.
Al llegar percibió un olor familiar en el salón, algo que no percibía desde que falleció su marido.

Subió al piso de arriba y llegó hasta su cuarto. Sobre la cama y como si nada hubiera pasado se encontraba el espectro de su marido, leía sin demasiado intereses un libro sobre las conquistas de ultramar de Lord Nelson.

La Sra Penny-Apleton no tenía palabras ni tampoco estómago para lo que tenía sobre su cama. El buen espectro presentaba unas carencias físicas considerables, no solo por las ropas raídas si no también por los enormes mordiscos que el viejo Claudio le había propinado por todo su cuerpo y que evidenciaban muchos de los órganos vitales.

La Sra Penny-Apleton no soportó la terrible visión y se desvaneció al instante. Se hizo la oscuridad para ella.

Al despertar, la mujer se encontraba sentada en una mecedora del cuarto de estar. No sabía muy bien como había llegado ahí. Se levantó con cuidado y se dirigió hasta la puerta de salida. Al abrirla observó que la visión de la calle había sido sustituida por una pared de ladrillos. Esta, muy asustada, corrió hasta las ventanas del salón, las cuales también habían sido tapiadas.

La mujer no soportó el sobresalto y se volvió a desmayar. De nuevo, oscuridad.

Al despertar ya no estaba en su casa, estaba recostada en el interior de un ataúd. Comenzó a ponerse muy, muy nerviosa. Le faltaba el aire y por más que gritaba nadie la escuchaba. Arañaba con todas sus fuerzas la tapa de madera, la golpeaba una y otra vez pero nada, era inútil.

Cuando se le han agotado las fuerzas y todo es inútil, la Sra Penny-Apleton despierta de golpe.

Está en la cama de su habitación rodeada de sus tres ilustres gatos lamentándose por la terrible pesadilla que ha tenido.

Se incorpora de golpe y observa con odio la novela que tiene entre las manos: “Crímenes imperfectos”.

La Sra Penny-Apleton lanza el libro hacia la ventana maldiciendo en varias lenguas el nefasto momento en que decidió probar una lectura alternativa y dar la espalda brevemente a sus amados volúmenes de historia.

La Sra Penny-Apleton vive sola con sus tres gatos, le encanta la novela histórica y odia la novela policíaca, por razones obvias.

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